Viajar a la provincia de Cádiz es, para mi, volver a la infancia. Si encima es para asistir a un festival en Jerez, llega uno con cierta euforia. El último que disfruté allí fue el Esparrago Rock 2003, con unos Iron Maiden abriendo el cartel en plenitud de forma y las próstatas aún en perfecto estado.

Ha llovido, si, cosas de la vida. Hemos sufrido “las flechas y pedradas de la áspera Fortuna”, diría el poeta.

Desde Sevilla es una ruta de una hora aproximada por autopista ya libre de peajes, así que no hay excusa que justifique la pereza. Si le unimos un cartel con cuatro bandas curtidas, una oferta estilística variada y un precio a prueba de crisis, el no acercarse o buscar excusas me parece merecedor de una “guantá” con la mano abierta. Tranquilos que no haré uso de esa violencia, pero ahí queda el aviso.

Este año se celebraba en La Bodega Skate Center, un skate park reconvertido de forma puntual en sala de conciertos para el especial evento. La verdad es que el sitio cuenta con un ambiente muy agradable y una estética bonita, es espacioso, tiene un bar muy apañado con cocina y una terraza ajardinada donde relajar el gaznate durante la previa y entre actuaciones.

En términos de sonido hay que entender que aquello no esta especialmente acondicionado como sala de conciertos y, viendo los techos tan altos, daba un poco de respeto y animaba a la reticencia. Sin embargo en general el resultado fue mas que satisfactorio.

De la organización no puedo hablar mas que cosa buena. La dupla PiBodi y Alejandra rezuma cariño en lo que hacen, cercanía, algo casi familiar. Verles desvivirse con las bandas, ponerles la cervecita al pié de escenario y luego mezclarse con el público como uno mas... eso dice mucho de su forma de ver la vida.

Esperemos que su esfuerzo se vea recompensado con un crecimiento parejo del festival.

 

La afluencia de público no fue una locura, pero se sentía uno muy arropado. También provocaba ternura ver chiquillos con cascos de obra para proteger sus oidos en primera fila. Ciertamente hay futuro. El movimiento lo aportó un grupo de aficionados mas jóvenes (desgraciadamente los conciertos de metal o rock son hoy campo de boomers, no hay mucho relevo generacional), que ayudaron a crear algo de ambiente festivalero, no el típico de canoso con copa/botellín en mano. Mea culpa por eso, no esta uno para muchos pogos a estas alturas.

Mas tarde supimos que eran de una banda de Puerto Real, “Odisea”. Habrá que informarse de su propuesta y ojalá les escuchemos pronto. Sangre nueva.

 

El nombre del festival puede hacer pensar que tiene una marcada temática Thrash, pero realmente como nos confirmó Pibodi es sólo un juego de palabras, cargado de sorna gaditana, que nos recuerda que muchos ya estamos entrados en años. Por lo tanto el cartel fue de lo mas variopinto y todo con bandas andaluzas.

 

Comenzamos con la banda local, Quiebra, que con amplio bagaje detrás llevan dando guerra desde 1996 (mucho mérito hay en esa longevidad). Ellos se definen como “metal drámatico”. Con cierto aire “trovadoresco“, formación casi de power trio (Tzaraath a la guitarra y voces, J. Pinteño al bajo y  Matoto a la batería) con el extra de una flauta travesera (Emilio) que daba a todo un toque “folk”.  Destacable la voz engolada que acompañaba con  solemnidad el discurso instrumental, cercano al Doom y al Hard rock pesado.

En lo técnico notar que pusieron la batería a compartir, una Tama con un acabado melado muy bonito (el parche estaba “tuneado” y se podía leer “Mata” en vez de la marca original, hay que tener arte...).

Tzaraath llevaba con una Gibson Flying V blanca y un amplificador Randall RH50T a válvulas que no es habitual encontrarse por salas españolas (tengo que comentarlo

porque me hizo especial ilusión) .

 Sufrieron un poco el síndrome de la primera banda, con el público algo frío aun, pero ayudaron a que la gente calentase motores. Una media hora larguita de pase que se disfrutó mientras entrábamos en situación.

 

Las pausas entre actuaciones fueron generosas. Viniendo del estrés de los bolos sevillanos, donde la premura por el uso postrero de las salas para fiestas y raves varias comprime los tiempos y agobia al espectador y al músico, aquí para variar pudimos gozar de ratitos de esparcimiento, consumo de espirituosas y destiladas en el bar, y charla agradable con las amistades y nuevos conocidos (un abrazo a David Galeote y a los Feral y familia).

 

Era el turno de los sevillanos Docka Pussel, que repetían por segunda vez en el festival y eso se notó en la acogida del respetable. Siempre es duro enfrentarse a un público que desconoce tu obra y los Docka pudieron disfrutar de esa ventaja. Y lo hicieron como siempre, gustándose. Se nota que gozan de su arte, que es tan original y sorprendente como fresco, y te hacen entrar en su propuesta con suma facilidad. Se notan las tablas de sus 13 años en los escenarios, hay madurez en el poso, se distingue la solera.

Así, se marcaron un pase redondo, sin paliativos, y nos dejaron con ganas de mas. En lo personal disfruté mucho Shaman's Howl, sencillo que lanzaron con videoclip y que seguramente es mi tema favorito de la banda. Como inciso su último disco, Underdogs (ON FIRE Records / JBC Music 2023), es altamente recomendable. Curiosamente fue grabado en Jerez de la Frontera.

Öjka se desplegó eficiente a la guitarra, como siempre, aunque me habría gustado mas con su ampli valvulero y no por línea con el Neural DSP (que no es poca cosa). Una sala que refuerza los graves como ésta le hacía perderse un poquito en la marabunta sonora, y mas con una PA de suelo (les estoy cogiendo manía). Aun así, perfectamente defendido.

Floho, al bajo, es todo personalidad. Un tio tan grandote se mueve y contorsiona con una soltura que sorprende. Luis a la batería conjuga la técnica con la contundencia necesaria y cierra el triunvirato instrumental que Zark completa con su juego de voces limpias y guturales mientras se mueve casi como una bailarina de bharatanatyam indú. Pura teatralidad. Una gozada.

Docka Pussel, difícilmente etiquetables, mejor escucharlos y dejarse llevar.

 

Otra paradita para reponer fuerzas y nos preparamos a escuchar por primera vez en directo a los jiennenses Santo Rostro, que llevan desde 2013 repartiendo a diestro y siniestro sus pesados riffs. Comenzaron el bolo pidiendo que la gente se acercarse al escenario. Corto peaje a favor de quien se ha recorrido las tierras de Andalucía de punta a punta. Había que hacerles caso,  faltaría mas.

Power trio con un sonido muy pesado, yo diría que stoner/doom pero con la voz distorsionada en registros medios/agudos de  Antonio Gámez que hace tambien la labor de bajista. Con la sensación de guitarras octavadas todo el tiempo, a cargo de Miguel Ortega (con un Marshall jcm800 y un Sovtek Mig100 sonando a la par), el bajo fuzzy de Gámez y una batería, la de Alejandro Galiano, que marcaba los tiempos no claqueteados a base de pura gravedad; Santo Rostro sacan en general un royo muy macarra y un groove que despliegan con soltura. Todo es natural ahi, hasta el momento “sinte” de Ortega. Se nota que lo viven y te lo ponen fácil. Riffs profundos tocados en loop para derribar tus defensas a fuerza de asedio, solos bluesy de strato con mucha alma y una actuación, en definitiva, que se quedará en el recuerdo por méritos propios.

Cuando los músicos se lanzan sonrisas cómplices se nota que  es por algo. Y por ese algo han pasado dos veces por el Resurrection Fest, entre otros escenarios europeos. 

Nos quedaba la propuesta mas moderna para el final, los granadinos Inyourface. Hacen metal alternativo muy cercano al metalcore con cosas electrónicas y con una temática marcadamente ecologista. Si ademas son veganos no sé de donde sacan tanta energía. Puro huracán. Literal.

Con una formación ausente de bajista (con afinaciones graves no se nota tanto) en la que los dos guitarras dieron mas vueltas que un caramelo en la boca de un viejo, nos regalaron patadas voladoras, bailes diversos, pisotones que hacían temblar el entarimado...

Antes de empezar ya quitaron los monitores de suelo, se presagiaba que les faltaría espacio y así fué. No ayudaron las botellas de agua que, acumuladas a sus pies, terminaban rodando y pusieron un punto de tensión y temor por un esguince o algo peor. Te salían agujetas de verles moverse, la verdad.

Decir que llevaban técnico propio ( “y afamado”, como bromearon Santo Rostro sin ningún mal royo detrás, tranquilos). El resto de bandas fueron sonorizadas por una dupla en la que distinguimos al gran Manu, vocalista de unos Sphinx que volveran pronto a las tarimas.

Las guitarras estaban algo perdidas en la mezcla (volvíamos a tenerlas por línea) pero la batería sonó como nunca, sobre todo el bombo. Así descubrimos por comparación que había estado casi ausente en toda la velada. Adrián Sáez pudo lucirse bien, la verdad, se agradeció la contundencia.

Lucas Mejías a la voz resultó muy versátil, acompañado a las voces limpias por David Nievas,  uno de los guitarras. Juanra es el otro guitarrista y el más dinámico de los dos (lo cual es ya un hito). Sólo le pondría un pero pues, de forma repentina y supongo que harto de las botellas de agua traicioneras, quizá lleno de ira por el uso de materiales plásticos como contenedores del líquido elemento (recordemos su voluntad eco friendly) o, símplemente dejado llevar por la euforia del momento, recogió una de las que quedaban ilesas y la pateó al público. A mi que me mojen un poco me da igual (con agua), pero puede agradecer que no me golpease el plástico de lleno porque habríamos salido ambos en los periódicos. Bromeo, por supuesto, pero un poquito mas de cuidado con esas cosas, que no estamos en los 70.

Como colofón, ese torbellino tambien conocido como Juanra dejó la guitarra y se lanzo al pogo con el público. Ni con seis latas de red bull en lo alto aguanto yo ese ritmo (me reservo las energías para cosas mas placenteras). Qué mala es la edad, en serio.

Y así, sobre las 12 de la noche, terminó lo que se daba... musicalmente. Con el ánimo henchido por tan buen rato y con ganas de mas, la partida y retorno a la capital hispalense se hizo rogar (hasta las 3 de la mañana de hecho, y otros aun continuaron mas allá). Hicimos grupo mezclados con bandas, amigos y organización, disfrutando de priva y tostas con pisto manchego (eres un crack Fer), nos llevamos a casa una hogaza de pan de Facina (lo mas grande, Chesky, y qué grandes los Kathew) y se quedó un día para recordar, de los que no abundan.

Volveremos, dadlo por seguro. Merece la pena.







Por José Augusto Arincón

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