Sinceramente, se está muy bien en casa y a veces cuesta salir aunque haya un buen plan. Con este pensamiento, del que hago gala demasiadas veces, pasa que me pierdo propuestas tan interesantes como la de la noche del 28 en la Sala X.

Fue una noche fría, no superamos los 10 grados. Pero el frío se quedó en la puerta. Dentro, gente que hacía tiempo que no veía y, aún sin saberlo, un concierto de una calidad que no esperaba, (fruto de mi desconocimiento) que cambió mi escepticismo inicial por una atención en mayúsculas.

En vanguardia, con la dura tarea de calentar motores y sacar las manos de los bolsillos de los asistentes, Astral Experience. Y vaya si lo consiguieron. Un torbellino de notas desde el mismo instante en que la banda pisa el escenario, hace mover al público como si este llevase ya medio concierto. Con un metal progresivo de calidad, los valencianos, que venían presentando su EP “Esclavos del Tiempo”, se ganaron el aplauso y respeto de la sala, a pulso de energía y complicidad, de la que Rubén, simpatiquísimo guitarrista (y mucha calidad), compartió por momentos protagonismo con la buena voz y nervio de Ovidi, que no paró en ningún momento. Héctor, teclado en mano, como cuando la música era más amable, Juan y su más reciente miembro, Javier, a la batería y el bajo respectivamente, demostraron la técnica y buen trabajo del que sabe lo que hace y lo hace bien.

Astral Experience, tiene mucho que decir y espero estar ahí para escucharlo.

Tras el parón de cambio típico de esos conciertos a tres  bandas y la música enlatada, clásicos que a todo el mundo gusta, salen a escena Balsa de Piedra.

Balsa de Piedra tiene un sonido oscuro, gótico y, como buenos sureños, aflora a veces pinceladas de una identidad andaluza con atisbos árabes.

Comienzan con guitarras suaves, oníricas, casi ambientales que dan paso a la voz cálida y relativamente grave de Juan Ríos. Las guitarras de Moisés y Chema caen plomizas, místicas, y dan la mano a la base rítmica de la banda, Raúl y Manuel, regalando notas rotas, de los hijos de “Paradise Lost” o de “Opeth”, (o Triana, que no esconden con la versión de “Hijos del agobio”) entre otros, pero sin dejar de sonar con una raíz propia, mucho más antigua. La música de los hispalenses llena la sala de canciones hechas para la escucha, para prestarles la debida atención. Sus temas que se adentran en la religión, los mitos antiguos como “La Torre de Babel”, el monte Calvario o “Gólgota”, “Caín” o la canción que da título al álbum que presentaban, “Soror Tenebrosa” en las que se atreven con palabras y frases en latín. O irrumpen en la mente y el subconsciente como en “Entropía”.

Con toda esta mezcolanza, Balsa de Piedra propone algo muy interesante y personal que se aleja de otras bandas y da originalidad (si es que eso existe ya) a este mundo del rock duro.  

Fotografií por Guille Sanchez Photography

Nuevo parón de entre bandas. Intercambio de botellines vacíos por otros llenos, fotos para Instagram y al lío.

Silencio. Luz sutil. Teclas de piano acompañando una voz feérica de mujer y una pátina turbia de humo, que hace las veces de telón traslucido. Y de pronto, un martillo de batería, cuerdas y coro lírico caen al yunque de espectadores de la sala.

Opera Magna está en el escenario.

“Lo soñado y lo vivido” como glorioso, no puede ser de otra forma, inicio de un espectáculo en el que no dieron tregua. En este primer tema acompañados de Miguel Ángel Franco, voz de “Saurom”, al que no sonaba el micro en los primeros segundos. Subsanado casi de inmediato, eso sí. El tema lleva en volandas al público, absolutamente entregado al duelo de voces y a la epicidad propias del power metal sinfónico de los valencianos. Y esto, solo ha hecho empezar…

“Tierras de tormento” y “Por un corazón de piedra” siguen en alto. No hay tiempo para relajarse ni en el amago de “Dónde latía un corazón”, que empieza con voces corales y la veloz guitarra de Francisco Javier Nula. Este, desafiado por José Broseta y aliado con el público, exigía una velocidad casi imposible y que ganaba el guitarrista siempre.

 La parte rítmica, Alejandro Penella al bajo, la batería de Adrián Romero y Enrique Mompó, (me sorprendió gratamente la buena voz en los coros del guitarrista y compositor) brillaron en los momentos más épicos, que son muchos en este tipo de bandas. Acompañados de la imprescindible atmosfera que creaban las manos de Nacho Sánchez, en los teclados.

Opera Magna deshojaba su función como si fuera una obra de teatro, acto por acto. Un viaje temporal que iba de sus primeras composiciones a sus últimos trabajos, y que el público tenía guardados en la memoria.

“Hijos de la Tempestad” hace que la sala acompañe al unísono a la banda (¡Qué p_t_  temazo!)

De nuevo Miguel Ángel en duelo con José Broseta. Dos voces muy diferentes perfectamente acopladas en los vaivenes musicales. Hace tiempo que la sala está rendida a lo que pasa en el escenario, pero estos momentos son los que solo se viven en los directos. Las letras de las canciones suenan por los amplificadores y, por momentos, en las voces de la gente casi por igual.

Tras “Una piedra en dos mitades” (con un inicio que me recuerda a Bastian Baltasar Bux leyendo en un desván) llega el homenaje instrumental a John Williams. Aquí dejan claro que si bien los viejos rockeros nunca mueren, ya tienen unos añitos. Al menos los que tarareaban las conocidísimas composiciones de películas de la infancia. Una divertida licencia para descanso de la garganta de Broseta.

De nuevo en las tablas, la que sin duda es de las mejores voces del rock de este país, no solo no decae, sino que planta batalla con “In nomine”, advirtiendo que no pararán para que el público los devuelva a escena. Lo harán del tirón. Muy acertado y honesto, y personalmente preferible. “Para siempre”, “El pozo y el péndulo” y la maravillosa “La herida” cierran un espectáculo enorme que hizo vibrar  a todo el que dejó la manta en casa y se hizo el favor de acercarse a la Sala X.

En definitiva, de forma muy concreta, pienso volver a cualquier espectáculo en el que alguna de estas tres bandas esté implicada.

Texto: Durero

Gracias a Esquirlas De Metal (jlarlacon) y Guille Sánchez por cedernos algunas fotografías del concierto.

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