Llegó el día, por fin, La Reina de las Fatigas desembarcaba en Sevilla. Fue algo arriesgado, como en verdad está ocurriendo casi siempre, porque cada fin de semana nos encontramos con varios eventos (gigantes o únder) que parecen competir entre ellos, haciendo que cada paso dado nos haga pensar que estamos traicionando a alguien.

Pero un poco de eso va el tema, ¿no? De la libre elección, de no poner excusas y apersonarse no a colaborar, estoy harto de ese término, pero sí a disfrutar de algo que te llena el alma, que te arranca lágrimas, que revienta en pequeños quejíos la esencia de hacer lo que uno sabe, o quiere. Fausto Taranto dio batalla siendo los únicos de un cartel, de nuevo, que mostraba condiciones técnicas, poéticas y líricas.

La apertura llenó de algarabía a un buen número de amantes de la Taranta y el Metal, para ver a este puñado de vendedores de versos ir largando con una certeza y un orgullo, ese acento marcado de los pasillos que han sabido fusionar el estirpe del Flamenco con la enjundia del Metal. Cada punteo lastimaba, cada sílaba entraba revelando un arco de poesía que les da ese carácter tan apuesto y particular. Aflamencado el aire, la noche, la bulla que nos iban tirando encima con un desparpajo que pudo borrar varias miradas tristes y hacer brillar los ojitos de más de una. Los tres primeros golpes surtieron efecto: “De la nada”, “Se apodera” y “Malos días”, eran parte de una breve muestra de qué buscaba Fausto, dar un adjetivo al sonido se me antoja un poco pobre, porque estar escuchando unas letras que te llegan, surfeando sobre la salvajada de unos riffs tan melódicos como violentos, desgajaron a la peña presente y los dejó casi estáticos. Así que en un momento el vocalista “echó un poco la bronca” con “¿Qué pasa, esto es un concierto de Carrasco o de Fausto Taranto?” pidiendo a la gente que se acercara, que diera ese calor que compensa toda la batalla previa a una noche que, siempre, pinta dura.

Desde hace muchos años que he decidido salvaguardar mi físico de los golpes de primera línea, sobre todo porque me duele mucho casi todo por cuestiones que no vienen al caso, pero no podía moverme, alguna maldición gitana me tuvo plantado en medio del escenario, hipnotizado por dolores más profundos, por historias tan llenas de sal y lágrimas, llevadas al máximo por la interpretación del moreno que entre palmas y rabia, iba soltando comentarios irónicos al presentar, por fin, al nuevo integrante (guitarra), que habrá pasado ciertos calores por esas rencillas cabronas que las RRSS nos entregan cada día. El show iba subiendo de intensidad, de saña y cariño, las rastas volaban de lado a lado, de arriba abajo, haciendo una cruz Post-Mortem para sepultar al público con canciones como “La Criba”, “Rumores”, “Los llantos”, o mi favorita “La ratonera”.

 

El increíble Lolo de la Encarna entró en algún momento de esta imprescindible colección de magia andaluza, para sentarse con calma a un costado de la batería y terminar de derribar las pocas dudas acerca de la excelente trama orquestal de teatro y de esquina que significa Fausto Taranto. Estaba sentadito ahí, como una presencia lírica, soltando punteos y arrullando esa melancolía tan de pequeñas callejuelas con más lágrimas que billetes, mientras el resto de la banda se dedicó a terminar de encantar a sus seguidores. Noté cierta ansia por parte de los presentes, como queriendo quedarse con un trozo del alma que nos mostraba esta gente.

Por unos instantes estábamos hundidos en ese sortilegio onírico, donde ya no importaba otra cosa que nuestra propia experiencia, nuestros propios sentidos perdidos. Es impresionante cómo es imprescindible dejarlo todo en cada verso, en cada Tempo y en cada Riff, por encima de la parafernalia y los artificios. Estar estacado al suelo es algo que pocas veces suele pasarme, así como dejarme intrínseco en un túnel que no quiero termine… o sí. Fausto Taranto pisó Sevilla, y en medio de tanta oferta, calor y negatividad en RRSS (me repito, pero decir que un concierto va a fallar porque hace calor me parece de cortos ignorantes) su ascendencia y cariño para con la gente los ha retribuido. La querencia demostrada entre público y artistas, ha sido un claro ejemplo que, por mucho que cancelen festivales y no se paguen anticipadas, cuando alguien quiere algo y va a por ello lo encuentra.

Fausto Taranto es EL exponente de Cultura Andaluza que debería estar en la palestra de los Medios y Muestras de Arte Flamenco, acompañando al resto de expositores, y mostrando que esto no es fusión: es evolución.

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